Me costó empezar a escribir mi novela La búsqueda. Había
prometido a mi marido que la haría pero pasaban los días y no me sentía muy atraída
con la idea de escribir acerca de una época que me era tan ajena, o tal vez tenía
miedo de enterarme de cosas que me perturbarían demasiado y no deseaba dejar mi
zona de confort. Cosa rara en mí, porque cuando trazo un plan es para
ejecutarlo de inmediato, no acostumbro dejarlo para después.
Una tarde al regresar del taller Waldek me preguntó mientras
cenábamos: “¿Cuándo empezarás a escribir mi historia?” Yo lo miré y vi en sus
ojos los deseos de empezar a contar algo que era probable necesitaba hacerlo.
Sin embargo un temor penetró en mi alma. Un raro presentimiento que no supe
descifrar hasta después.
Vi en sus ojos azules claros como el cielo la inocencia de
un niño. Él siempre tenía esa forma de mirar, nunca perdió la curiosidad por la
vida, por los inventos, por toda la tecnología que lo rodeaba y que él iba
adquiriendo con más avidez que yo. “Hoy” le dije. “Cuando acabemos la cena”.
Esa misma noche, sin que yo tuviera un bolígrafo en mi mano
ni un papel frente a mí empezó a contar: “Recuerdo a mamá cuando era joven y
todavía me parece ver su rostro de ojos siempre sonrientes…”. Habló de su
padre, de su hermana y de su tío Krakus, una familia a la que yo conocía pero
que había visto como se ven a los familiares políticos cuando se está de
visita: solo la superficie, sin profundizar en las arrugas de sus rostros ni ir
más allá de las palabras corteses y cariñosas que suelen tener tan a la mano
los polacos.
Conversamos casi hasta medianoche, y de pronto noté que su
historia me había envuelto, que necesitaba saber más de ese hombre que tenía
delante y del que conocía muy por encima acerca de los últimos treinta años. Porque
uno nunca sabe quién es realmente la persona con la que vive. Siempre hay una parte
de ella que quedará en el misterio, y tal vez es mejor que sea así, de lo
contrario se perdería la magia, la atracción, el deleite de vivir al lado de
alguien que en cualquier momento podría sorprenderte.
Hoy después de varios años de su muerte y doce años ya desde
que escribí las primeras líneas de mi novela más querida, puedo verme como si
fuese una película, sentada en la mesa de la cocina, él con un cigarrillo en
los labios y yo atenta a cada una de sus palabras. Me enteré de sus primeros
amores, de sus ilusiones, de su valentía. Empecé a conocer al verdadero Waldek
que se ocultaba bajo una capa de rudeza, la misma que hacía juego con su
exterior, y que esta vez abría para dejarme entrar. Vi que el hombretón que no
temía a nada había vivido todos esos años ocultando un pasado que deseaba
olvidar y tal vez lo había logrado, pero por una extraña razón quiso confiármelo
para que otros lo supieran, sin saber que esa vida que me estaba contando
durante las noches que duró su confesión, me serviría para poder trazar la mía
cuando él muriera. Es el legado que me dejó mi amado Waldek y por el que le
estaré siempre agradecida. Gracias a él supe que podía escribir, que podía
remontarme al pasado y hurgar en la vida de los personajes históricos para
trasladarlos a mis libros. Y hoy, años después de aquellas confidencias, todavía
recuerdo cada vez que me siento en la mesa de la cocina, su voz calmada
contándome su vida, sin lágrimas ni lamentos, sin odios ni rencores, como un
pasado que fue y que no se puede cambiar. Solo recordar. Me enseñó que vivir el
presente es más valioso que aferrarse al pasado pues no tiene sentido odiar ni
sufrir por lo que pudo haber sido.
Siento mucha alegría ver la cara del niño de la portada, es
como si me hiciera un guiño, y me recordara: “Aún estoy aquí”, porque después
de seis años de subir a Amazon La búsqueda, todavía se mantiene en los primeros
lugares del género Histórica en Amazon.com. Y hay días en que amanece de
primero y se da el lujo de entrar al top 100 general. Una novela testimonio que
en un comienzo fue publicada por una editorial importante en España sin mayores
remilgos. Waldek siempre fue un chico con suerte, como decía él.
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